En la pureza del azul
Queda lo azul, que es lo puro y lo libre, lo denso y lo leve, la luz y los silencios de ese poeta de verdad que es César Guerrero. Gracias a él, entramos en la pureza del azul, en lo Absoluto que se guarda detrás de toda auténtica poesía.
Max Rojas (en el Prólogo).
En la pureza del azul incluye poemas inspirados por Miles Davis, Rufino Tamayo, Xavier Villaurrutia, Emilio Salgari, Santiago Cuenca Poblet, Dead Can Dance, J.S. Bach, Edward Weston, Charles Baudelaire y Noah Selth, a quienes están dedicados.
Ed. Urdimbre, México, 2005, ISBN: 968-5601-17-81
PRÓLOGO, por Max Rojas
Adentrémonos en lo azul, pues; en la pureza de lo azul. Y lo azul es –en el caso de este libro–, lo calmo, lo tranquilo, lo gozado en plenitud al tiempo de crearse y ser recreado por cada uno de nosotros, los lectores. La pureza, además, no puede concebirse si no es en relación con lo claro, lo luminoso, y sólo un espíritu abierto a los frescores que aún sobreviven a los vientos turbios que galopan por el mundo, puede entrar allí y no salir al borde del deslumbre sino ponerse a escribir estos poemas que arden, lanzan chispas, nos dejan pequeñas quemaduras al gozarlos.
Mar y cielo, noche y día, amor y ese como fuego tiritante por la ausencia que desamor dejara al irse y quedar sólo lo frío, ¿no son, también lo azul y no es lo azul todo lo que conforma y mantiene viva una existencia humana? Y una existencia humana ¿no es –o debiera ser, mejor dicho– vista como un Absoluto? Y lo Absoluto, ¿no nos da, de por sí, esa sensación de llenura vital, de vida plenamente vivida, tan escasas –la plenitud y la vida– en estos días en que lo escuálido y lo esmirriado, lo vulgar y pedestre, lo ramplón y vacío, lo vergonzante y lo avergonzado son las notas dominantes? ¿Dónde están las cabezas levantadas y las palabras justas? ¿Dónde quedaron la elegancia y los vocablos como dardos?
El mundo se ha angostado y el azul es, también, lo infinito. Las aldeas globales –hasta hace poco, tan loadas–, se convierten en pequeñas islas grises que van a la deriva, y el aire se enrarece más a cada instante. Lo azul y su pureza quedan para unos cuantos poetas y unos pocos dementes, que son los lectores de poesía.
La salvación –la humana y la divina, las dos, incluso– desaparece de la escena y el hombre –el supuesto hacedor de la Historia, sigue solo, acaso más que nunca, y sin salidas a la vista, despojado de símbolos y mitos, sin lenguajes y sin mundo, sin historia propia, individual y colectiva.
Los nuevos profetas son como los viejos bárbaros de siempre pero más hipócritas. Por donde graznan, se embosca la Palabra como verdad del hombre sobre el mundo y donde pisan, no vuelve a crecer la yerba. Todo es cemento, por donde andan o arrastran sus muletas los últimos cadáveres.
Poesía debe ser pureza y pureza es claridad, luz del día, aunque también la noche más lóbrega se ilumina y resplandece a la luz de lívidos relámpagos como si fuera el día. “Sólo los malagradecidos no hablan de la luz, vino a decir José Martí en una frase espléndida –esto es, los ciegos del espíritu, los que carecen por completo de decoro y decencia, los no-hombres, pues, los no humanos, lo que abunda.
No hay poesía sin vida y no hay vida plenamente vivida sin decoro y ¿qué es lo que más falta nos hace en este mundo de artefactos para hacerlo más humano que vida y decoro, eso que, ahora tan fácilmente se vende o se traspasa sin rubor alguno?
Queda lo azul, que es lo puro y lo libre, lo denso y lo leve, la luz y los silencios de ese poeta de verdad que es César Guerrero. Gracias a él, entramos en la pureza del azul, en lo Absoluto que se guarda detrás de toda auténtica poesía. A él, como dice en el final magnífico de un poema, lo sostiene un lenguaje inmaculado.
Que la Gracia de ese lenguaje nos sostenga a todos.
Max Rojas.*
* Max Rojas (México, 1940). Autor de El turno del aullante (1983, Verdehalago/Conaculta) y Ser en la sombra. Su obra ha sido incluida en las antologías Dos siglos de poesía en México (Océano), Poetas de una generación: los 40’s (UNAM) y Poesía de la ciudad de México (Instituto de Cultura de la Ciudad de México).
Poemas de En la pureza del azul
Atmósferas
Estética
Despedidas
Ultravioleta
Como preludio a la noche
por un instante,
todos los colores del espectro
se rinden
ante la brillante pureza
de uno solo.
Hoy volaron los árboles
Hoy volaron los árboles.
Lo han hecho ayer,
lo harán mañana.
Hace tiempo no yacemos
a sus pies de gigante,
el viento arrullando
bajo la caricia de diminutas sombras.
Hace tiempo los árboles extraviaron sus pájaros,
las ramas trocaron en cables,
los nidos sobre troncos monolíticos.
Aún consiguen crecer en cautiverio,
en jardineras o patios.
En Navidad gustamos de su compañía
para verles morir.
Luego dejamos insepultos sus cadáveres,
los muñones marchitos, sobre el pavimento.
Tras el horizonte perdido,
la vista enclaustrada por atardeceres ceñudos,
detrás de geometrías monótonas
y sofocado por esquirlas de aire oscuro,
el árbol se cansó de ser árbol.
Las piernas inmóviles,
las alas atadas,
un plumaje inútil sus hojas.
Volaron los árboles, volaron.
Se encendieron ante la indiferencia,
vinieron a tocarnos la piel con su ceniza,
nos increparon con el olor de su resina.
Volaron. Por eso volaron.
Para mostrarnos la frente del cielo
que hace tanto tiempo no miramos.
Kind of Blue
A Miles Davis
En la pureza del azul
en su vibrante, diáfana sencillez,
dulce, como talle de madera mojado en laca oscura,
larga, como un slide en el trombón,
la sombra resplandece.
Deja caer sus ropas con suave parsimonia,
y las notas describen con su tacto una mujer de aire,
sólo visible esta noche,
vestida en su mirada azul.
Siguen sus pasos la tarola y el platillo,
la trompeta alcanza su pie,
el saxofón su muslo,
la besa el piano
y el contrabajo bebe su aroma hasta embriagarse.
Todo el azul cristaliza en cinco tomas sin retoque
en brillo de neón
sobre pavimento humedecido en la llovizna,
como espuma sobre arena
bajo un crepúsculo de nubes,
o agua gorgoteando en la atarjea
tras las cortinas fantasmales de la Luna.
Amanuenses del mar y del cielo,
siete músicos divinos retrataron,
intuyéndolo apenas,
todo el azul que hace extraño, apacible y seductor
transcurrir, en un trazo felino,
como velero trasnochado
por el lienzo de este mundo.
Estremecimiento
A mi Padre.
Tras el rostro de los muros
que circundan la plaza
donde habitan el círculo y la esfera,
yace el espacio sin tramas.
Antes del signo
que trazan las estrellas
con sus yemas luminosas
el mensaje permanece indefinido.
Cuando el impulso
comienza su agonía y se extiende
negro el manto del vacío,
mis pasos vacilan.
En el instante que dura
el hueco que abre
en la columna del destino,
tomo en firme lo indecible.
Luego que la sal desprende
al cruzar el quicio
intocable de la puerta,
me sostiene un lenguaje inmaculado.
Retratos
Hay momentos en que los rostros callan,
en que su respiración de gestos
de pronto se contiene.
Inclinados, o mirando a lo lejos,
sus ojos encuentran lo inefable,
y se dibuja en ellos un atisbo
serio y extraño.
Se congelan así,
como en los retratos furtivos.
Adquieren el color del polvo,
y sus formas apenas indican
el comienzo impreciso de una ruta
ávida de abrevar la mirada
en la inmensidad de su desierto.
Abren sus párpados
como las tapas de un libro,
y el iris de sus ojos
se estría en mil enigmas,
como un manojo de posibles transparencias
a punto
de
ser
arrojado
al viento…
El fantasma del tiempo otorga,
como un oráculo,
la visión de un rastro ajado y sabio,
de un boceto trazándose apenas
sobre la fibra de la piel.
Hay momentos en que los rostros callan,
en que los observo cavilar
sus horizontes privados:
como una invitación a revelarlos.
La espiga
Apreciación de Rufino Tamayo
En medio de la noche aún brillan dos nubes,
y en el centro azul de esa última mirada
un corazón de trigo ilumina de paz la plaza húmeda,
poco antes que la luz se disuelva en las tinieblas.
El último baile de la muerte
Inspirado por Rakim, de Dead Can Dance
En el punto más arcano del silencio
abre un compás de tiempo.
Vibra con destellos sincopados,
a sí mismo se construye,
transcurre con el ritmo.
Desde la garganta oscura del viento
el polvo yergue brumoso
e invoca en el aire recuerdos primigenios
percutido por el pulso
más atávico del mundo.
El dedo de una llama emula
el rayo de una estrella.
Bulle subterráneo el rumor del agua
como un cello que despierta en crescendo.
Y entonces...
murmura el fuego.
Las ramas enlazan sus frondosas cuerdas
en la caja resonante del espacio.
Cantan. Entonan armonías
al percutir la tierra los pies secos,
dejando testimonio de la euforia prima
que ahora abate su sordera.
Al punto, florece un círculo
con los cuatro fundamentos míticos
y su quintaesencia, extendidos
en centrífugos brazos los primeros
y de vuelta ineludible
al centro de su naturaleza.
Crepita ahí la llama,
su luz proyecta de nuevo
las fluctuantes sombras.
Es la Vida cuya mano toma
los fríos dedos de la Muerte.
Y danzan, giran ambas,
Vida y Muerte
con el fuego separando sus cuerpos alegóricos
en el corazón del Universo.
Bajo el rito de su danza pulsa la memoria,
sus conciencias enfrentadas encienden
la máquina del tiempo,
crecen como hierba las ideas
y en los ojos de agua,
sorprendidas se miran las estrellas.
Los elementos contrapuestos
se hermanan con su otro,
eje ecléctico del movimiento.
Mas en el breve abismo
el transcurso de otro ciclo se abre paso.
Por la soberbia de uno
la evasión del otro revierte
en la negación de sí mismo.
Los ojos iluminan las órbitas de frente
que comprenden la esencia de ese brillo.
La vida reconoce al tacto yerto en su destino.
Así como el cielo ha visto cada tarde
desvanecerse su reflejo sobre el mar,
un espasmo helado sofoca
la hoguera del aliento y la mirada
mientras la memoria de los huesos
pierde conciencia de lo que hoy ha visto.
El instante recuerda que es efímero.
Todo regresa inerte al sueño del olvido.
Amnesia
Y de pronto no soy
sino las huellas que recojo,
las huellas que he dejado enterradas sin saberlo,
olvidado en la memoria de otros.
Ascetas de sí mismas,
como mariposas renaciendo
desde el polvo,
afloran a la luz de mi conciencia.
Me desconozco
y procuro trazar un rostro nuevo.
Como cristales opacos
que sugieren aún sin reflejo,
como restos sin propósito
con amnesia de su olvido,
las miro en silencio
y me pregunto:
-¿Es esto?
¿Alguna vez acaso hice
lo que no recuerdo?
Entonces sonrío
y me reconstruyo,
como Narciso
ante un espejo roto.
Por un instante
dudo ser aquél que siempre he sido
y me miro como si mirase a otro
de mí mismo sorprendido.
Espejismo
La huelo por los ojos.
Evade el rastro del sendero
hasta no ser sino resplandor
de guijarros resonando en el oído.
Camino bajo la oculta mirada de lechuzas
y entre savias que contienen el aliento.
Sabe a viento y a cabellera húmeda.
Su presencia inescrutable
cuela entre mis ropas,
se condensa en el borde
de cada uno de mis poros.
Me besa los ojos
con su aliento de sueño;
en sombras delinea
mis labios con sus yemas.
Me respira hondo.
Su manto de siglos disuelve la Luna
y al último claro que llama
las huellas perdidas de mis pasos.
Olvidado de mí,
me anego en sus brazos.
Sus muslos cantan alas.
He deseado entonces ser presa
de la embriaguez de sus caderas,
beber, como de un río,
la frescura de sus pechos.
Pero en la oscuridad
se escabulle su cintura de niebla.
Me enceguece.
He perdido mi nombre
y mi pasado.
Abro los ojos y palpo la tierra.
Un aleteo me postra.
Implacable,
sorbe mi última gota de vida.
Toccatta und Fuge d-moll
A J. S. Bach
Aisladas entre cuencas falsas
-dinteles clausurados-
las habitaciones se colman de vacío.
Un pasillo pulcramente recto
desemboca como cascarón ausente
en una cámara.
Se adivina una mesa circular
donde reposan tres esferas;
la materia colapsa en las paredes.
Cosidos a sus féretros, los signos doctos
duermen con alas quebradizas.
Un esqueleto desnudo de apariencias
revela el pensamiento.
Discreto, el rostro asoma
por un marco labrado
sobre una textura arborescente.
Envuelto en su penumbra,
dirige una mirada
que detiene de los relojes el latido,
al tiempo que el aire insinúa
un arcano ritual de advenimiento.
De súbito, el órgano eleva humores sobrios,
y como el mar a los egipcios
inunda las cavernas del oído.
De la materia desprende
su aliento subterráneo,
levanta su oración en fugas.
En los cimientos de esa voz marina
nace el coro universal que abisma su eco
por precipicios celestiales,
delirio matemático de espejos
glosando escalas de infinitos.
En su profano aliento,
recuerda el compás
que reduce la creación
al espectro de la luz.
Voz que intuye su eco
en los abstractos laberintos
de la mente de Dios.
Voz cuyo aliento iluminado
se disuelve como niebla sacra
entre bancas frías y puertas entreabiertas,
en pinacotecas y sagrarios.
Se evade el órgano en las aletas de su soplo.
Entre velos de saber ignoto
Rembrandt hurta su faz,
único testigo de los interiores
que se ahogan nuevamente en mares de silencio.
Jesús Guerrero (a los 88 años)
Hoy, al final del canto, presiento que amanece.
En alas golondrinas crece el alba en la laguna.
El polvo se respira percutido por pezuñas
que indican el inicio de jornada.
Muros de adobe desgastado
duermen con paciencia.
Es mi despertar como la soledad del cielo,
como la misma soledad que constante
se repite en mi memoria.
Esta respiración cansada
me envuelve y se condensa
en mi pecho que no miro,
diluyéndose en silencio.
Momento hierático:
la simiente creció porque la riego.
Su sombra dilatada no lo supo.
Ahora escucho el latir del árbol
sincronizarse con el pulso lento de mis venas.
Años de luz, mi piel ajada.
Tez que no se mira en polvo
ante la cotidiana imagen
de un espejo turbio
tras el baño, ese milenario rito.
Como la laguna de Cuitzeo
hendida por las garzas;
como el manto policromo del sol
por Las Doncellas contenido;
como la tierra que a trazos efímeros se sobrepone indómita;
como sombrío ulular de tren, camino de Acámbaro;
muero en vida bajo sábanas mojadas por la sombra,
entre muros y espectros inquietando mis angustias,
desdeñando la presencia indomable de la muerte,
para sentirme –en la certeza de un instante–
casi eterno.
Lilith
I
Ángeles de terciopelo negro
aletean sin ruido.
Adormecidas sombras me acarician.
Una corriente de seda
disuelve la ventana.
La luz se recluye en mi mano,
se adhiere agotada a mis ojos;
el sabor metálico de mis entrañas
es acallado por la tierra.
II
Entramado, el horizonte
ha venido hasta mi calle.
La pluma vacila
sobre la hoja de color arena.
Tras las celosías de mis ojos
me espían dos racimos
de heladas estrellas.
Entre el cristal y la plata
intuyo el óvalo de su rostro
y mi deseo de mirarlo
se postra ante su imagen esquiva.
La tinta besa su piel,
sin acariciarla nunca...
III
Vaivén de pluma cayendo.
Su cuerpo inasible
como volutas de opio.
Su cabellera crece por los rincones
en flores y hierbas de ébano.
Respira desde pieles ajenas
y me arropa cuando la vigilia desfallece.
Torso intenso como el aire.
Sin moverse,
cambia de sitio.
En la calidez del silencio
su presencia reposa imperturbable.
IV
Luz que de mi mano se escabulle
como arena antigua.
Mis palabras se quiebran en su manto.
Lilith callará por siempre.
Evolución
I. AGUA
Ablución de la sed,
alivio del cuerpo.
Fuente en que el pasado atisba.
Cauce en que la vida es.
II. PLEXUS
uno y uno
son
dos dos
que
son
uno
III. CRÁNEO
Bulbo al otro extremo de la vida.
Fecundador de la memoria
en quien lo mira.
Sus cuencas vacías
una caverna,
oscuridad que testifica
la luz
que perpetua su marcha.
Y si te preguntara en qué piensas
tal vez dirías que no hay forma de describir
la mano implacable del sol cuando la sed,
que no soportarías la dureza solitaria del eco
cuando un abismo engulle la mirada
‒cualquier mirada‒
que el tiempo se detiene sin cesar,
y el silencio de las piedras florece
criaturas que lo pueblan,
que tu piel mudó en la mía,
tu simiente en las cavidades
que alojan mi aliento,
que tus cabellos blancos
cayeron negros sobre mi cabeza.
Tal vez dirías que no hay admonición
sino las proporciones geométricas del pino
en que confundido se enmaraña el viento,
que bajo la losa que pisamos
las salamandras callan,
yacen sombras de agua y el vacío,
y que las palabras son vanas.
Sólo si te preguntara en qué piensas
y yo no lo escribiera.
(Andocutín, Guanajuato)
Nocturno
A Xavier Villaurrutia
El agua llueve rozando los labios del aire
en la silueta vacía que deja alguien
que es nadie.
El pavimento húmedo
come el rumor de unos pasos,
y las sombras cercan el rubor desvanecido
y dorado de aquella ventana.
Aquí, un reloj muerde orejas sin que nadie escuche
mientras se ahoga sin música el silencio.
Duerme, se esconde el nombre de las cosas
tras las horas calladas.
Muere su reflejo en las cuencas vacías
que tampoco se miran
a sí mismas.
Hay mares que sueñan tactos inventados.
Besos mudos que marchitan unos labios.
Hay un par de sueños que se sueñan,
cuerpo que espera un nombre,
nombre que anhela un rostro,
el rostro unos ojos
y los ojos
un alma...
Alma que yace escondida
sobre sábanas frías,
sin ser contemplada.
En el centro del camino
que divide a un par de alas
la noche no es lo que debiera.
Noche que no vuela.
Noche en que nos soñamos sin sabernos,
sin darnos cuenta.
Noche de desamparado aliento
en la que nuestros nombres se disuelven,
se hacen niebla.
Esferas chinas
El dragón.
El fénix.
La mano.
Las escamas del dragón
encienden la tiniebla.
Las plumas del fénix
hacen aletear al viento.
El fénix.
El dragón.
La mano.
El ave reencarnada
ensaya su atisbo de luna.
El reptil alado se guía
con el fuego en su palabra.
La mano.
El fénix.
El dragón.
El graznido inmortal
y la panoplia de cuchillos,
embrujados por la mano,
revolotean en círculo.
El dragón.
Sopla furia y cinco
dedos sangran.
Se forma un lago.
La mano.
Estalla roja
como flor volcánica
en el pecho de la noche.
El fénix.
Dispersa su ceniza
y vuela sobre
el viento alado.
Las fotos que no tomé
Un auto girando sobre el cielo de la tarde –no hubo heridos-;
una niña de largos cabellos, cantándole al mar;
mi abuelo de espaldas,
caminando encorvado por la calle desierta del pueblo,
hacia el campo que se abre en horizonte,
también por la tarde.
Cada imagen transcurría como un sueño que me era imposible dejar
[de soñar.
Absorto
fui incapaz de alzar el brazo
interponer la lente
y disparar.
En las tres ocasiones terminé por decidirme,
pero aún tengo pudor por ciertas imágenes.
No pude robarlas para otra mirada que no fuese mi memoria
o la de esta página.
Dos bucaneros
A Emilio Salgari
Uno se llamaba Julio.
Otro se llamaba Juan.
El tiempo en que nacieron
era huérfano de buques.
A pesar de ello,
sabían esconderse en un rincón,
atisbar desde una esquina,
o partir plaza, colocarse
bajo la luz de los faroles.
Había sal en su cabello;
tenían cargados
los hombros de velamen
y en los ojos...
en los ojos anegado el horizonte.
Ambos practicaban el ultraje,
el uno con su daga de palabras,
el otro con su daga de silencios.
Os recuerdo que el tiempo en que nacieron
era huérfano de buques.
Los elementos
DAMA DE AGUA
A mi Tisha
En la ligera superficie de tu piel
la luz hace brillar al viento.
Con el trazo de tus manos
construyes las alas
que harán volar tu cuerpo.
El prodigio que emana de tus dedos
viste los mástiles desnudos de mis sueños.
Pluma que despierta el viaje
de mis fantasías:
Vestida de agua,
tu piel
es la ribera
en que mi sed acaba.
DAMA DE ARENA
A Edward Weston
Manantial de movimiento
la sierpe sigue la silueta
que en su piel dibuja el viento.
Cuando la arena sueña,
sueña una concha esperando al mar
que una vez inundó de azul su lecho.
Labios de sal.
Viento que arde sobre las dunas
de una mujer sin nombre.
DAMA DE FUEGO
A Charles Baudelaire
¡Oh, belleza, a ti misma te consumes,
te expandes y disuelves en el aire!
Tu luz se esparce, danza cadenciosa,
hipnotizando las miradas que en tu baile te persiguen.
¡Qué ardiente soledad la tuya,
irradiando el calor que te consume,
y que consume las caricias que despiertas,
momentos antes de que alcancen a tocarte!
No eres sino un hechizo en la mirada,
una luz sin punto fijo.
Nadie, salvo tú misma, consigue poseerte,
hecha del fuego que desprende la materia
que en un breve momento se consume.
DAMA DE AIRE
A Noah Selth
Piel tejida en el espacio;
el movimiento de las cosas que seduces
deja testimonio de tu cuerpo.
Brazos y manos invisibles
acarician a los árboles,
moldean el agua de los lagos y los mares,
besan nuestros labios cuando hablamos.
En tu piel los amantes escriben sus mensajes,
de tu cuerpo se alimenta nuestro aliento
y nuestro último suspiro
se posa en tus cabellos.
El hombre que corre
Ausentes las calles,
cerradas las cortinas,
con candados los zaguanes,
los pájaros acicalándose el plumaje,
resiste el tiempo
como gato adormecido
y nadie se percata
del hombre que corre.
No hay reloj ni campanario.
No hay autobuses
ni trenes que lo lleven a esta hora.
No hay nadie esperándole
en alguna esquina.
No hay tenderos por cerrar.
No tiene a dónde ir
y, sin embargo, corre.
El aire estalla en sus pulmones.
Arden sus tobillos hasta encender sus ropas grises.
Nadie lo sigue,
de nadie se oculta,
sin embargo como un incendio, sin embargo, corre.
Los cables de luz se pueblan de pájaros
mientras sus piernas quisieran ser la otra,
el agua lagañosa a su paso se retira.
Quizá sus manos busquen
un último asidero,
pero no se mira cuál
ni se vislumbra una razón por la que huye.
Nada teme,
no tiene un sentido,
no es un loco ni un proscrito.
Es sólo que bajo su piel
siente el abrazo rojo de su sangre,
que en sus ojos quisiera
reflejar el cielo entero,
y sus plantas quisieran
alcanzar el horizonte.
Apagan las farolas,
los callejones se iluminan con sus voces.
El pavimento florece
a quienes buscan lo que nunca encuentran,
aquellos que para sentirse bien asidos al mundo
marchan con fiereza impaciente.
Un portón abre, un hombre asoma, lo mira,
pero ya no corre.
El muro le arropa con sombra
plena de recuerdos ignorados.
Y así, desde el reino
que gobierna el espacio
de su cuerpo
el hombre se ha sentado
y sonríe...
Mesón
A Santiago Cuenca Poblet
El tarro es una lámpara amarilla,
un farol dorado en la penumbra.
La catedral, pesada sombra
bajo la cual el vino abandona las botellas.
La antigua sangre de las uvas tiñe
las mesas ajadas por conversaciones,
húmedas de sueños
y solitarios circunloquios.
Respira la noche dulcemente,
con un sabor de fierro azul.
Ocres rostros insinúan su forma
sobre las paredes,
alumbrados por velas enfermizas.
Deslizan las voces como aceite.
Tañe una campana en las alturas de la noche,
su voz grave añora el brillo de la Luna.
¡Brindemos, cada uno por su ausencia,
con los seres marinos aturdidos de silencio
en las aguas más profundas del nadir!
La plaza yace aterida pasada la llovizna.
Los árboles encubren una huída,
reproducen múltiples, equívocas siluetas,
salvo una, aquella
que entre secos portones y balcones enrejados
se escabulle al final del callejón.
Sola, queda la sombra de la cruz,
frente al sagrario.
Mantarrayas
Altamar
Cuerdas trenzadas con espuma se levantan,
se escucha la respiración de velas de cristal,
deslizan las quillas transparentes,
cruje la luz de su madera,
inicia el trajín de esloras, interminable como el horizonte.
El albatros, sabiéndose su propia rosa de los vientos,
desde el puente blanco de su pecho,
dirige con sus alas
una orquesta de veleros transparentes que no lamen las olas.
Y siendo así, su casa y su destino
su único asidero,
trama rodante, oleaje del tiempo,
viajero de todos los aromas,
como el viento,
viento que pertenece a todos los puertos y a ninguno,
navega en él su silueta suspendida,
a contraluz
frente al crepúsculo.
I
El mar no es como el aire, sino como el tiempo anterior.
Cada mantarraya es la memoria de un sueño milenario.
En su boca indistinguible se guardan secretos
que ni siquiera sospechamos y en sus ojos negros
brilla el fuego grisáceo del recato.
II
Densos como el oscilar de un buque y su velamen,
los cuerpos de las mantarrayas
ejecutan danzas fantasmales.
Su dorso tiene el gris severo de arenas ignotas;
su envés, la ternura de una página en blanco
sobre el profundo silencio del azul…